A una
hora de Zamora se encuentra la ciudad de Braganza, capital del distrito y buque
insignia de una comarca plagada de monumentos, mudos testigos de
acontecimientos que marcaron la historia de Portugal. El castillo es una
imponente fortaleza que se remonta a la época del rey D. Alfonso, aunque a
finales del siglo XV fue reconstruido por D. Joao I. La espléndida Torre del
Homenaje domina desde su altura a los demás monumentos, entre los que cabe
destacar la Domus Municipalis, la Iglesia de Santa María, la Catedral de Santa
Clara (del siglo XVI y extramuros), la Iglesia de San Francisco (siglo XIII),
etc.
Aunque
la ciudad por sí sola ya merece ser vista para empaparse de su belleza,
historia, gastronomía, artesanía y folclore, existe al norte de la villa un
maravilloso parque natural que ningún viajero ávido de emoción debería
perderse. Es el magnífico Parque de Montesinho, que fue designado zona
protegida como parque natural desde 1979. Con una extensión de 11.736 km2
alberga 92 pequeños pueblos cuyos habitantes parecen haber detenido el tiempo
entre sus hermosos ríos, sus bosques, sus montes escarpados y la serenidad de
sus praderas. Su riqueza botánica es digna de la atención de estudiosos
universitarios, y su variada fauna le distingue de otros territorios más
castigados por la huella del hombre, ya que los habitantes del Parque de
Montesinho han aprendido de sus ancestros a respetar el medio en que viven y se
muestran en armonía con la naturaleza. De los antiguos moradores de estas
tierras existen vestigios arqueológicos que nos hablan de fortificaciones
prerromanas, ruinas de orígenes germánicos de pueblos visigodos, y muestras de
los primeros asentamientos de portugueses que estrenaban nación. El Parque
limita por el sur con Braganza y Vinhais, y por el oeste, norte y este con
España, adonde puede llegarse a través de rutas, caminos y senderos cuya
belleza corre pareja con las dificultades para transitarlo.
Desde
Braganza, de sur a norte se puede atravesar el Parque en línea casi recta a las
diversas fronteras con España. Entre éstas merece destacarse la de un pequeño
pueblo llamado Río de Onor cuya frontera con Rihonor de Castilla es la calle
principal, sin que haya ningún indicio ni señal que marque claramente la
diferencia entre un país y otro. Todos los pueblos que se recorren por ésta y
otras rutas del Parque poseen el encanto indefinible de unas gentes sencillas
que cultivan sus tradiciones, cuidan de su entorno, aman su música tradicional
con ecos de gaitas celtas, utilizan elementos del entorno para la preparación
de sus trabajos artesanos y, sobre todo, quieren a su Parque y a todo lo que
representa para su propia supervivencia y la supervivencia de todas las
especies que en él moran.
De
regreso a Braganza es imprescindible degustar la rica gastronomía de la zona.
Para ello nada mejor que refugiarse en el cercano Hotel de Turismo San Lázaro
de reciente construcción y magnífico servicio, donde los cocineros hacen gala
de una extensa calidad y variedad de productos. Uno de los platos más típicos
de este establecimiento es la espetada de picanha, que consiste en un
conjunto de varios platos: ensaladas, chorizo frito, judías pintas, arroz, una
carne de ternera extraordinaria y piña caliente, todo ello cocinado lentamente
a horno de leña. Además de esta especialidad se pueden degustar también otros
platos de la región, como el bacalao al Conde de Guarda, la trucha a
la Transmontana, la ternera asada, la carne de cerdo a la portuguesa, etc.
La
excursión vale la pena. Para los que tengan prisa, una noche puede ser
suficiente para visitar Braganza y echar un vistazo al parque. Para los amantes
de la naturaleza y de los rincones perdidos del planeta no hay tiempo límite.
El Parque de Montesinho es una caja de sorpresas donde el visitante puede
regalar sus sentidos y disfrutar de estar vivo y estar allí.
Aurora Pérez Miguel