lunes, 6 de mayo de 2013

Molinos de aceite, testimonio histórico del Bajo Aragón

Miguel Angel Garcia Brera
Presidente
FIJET España


H E pasado unos días en ese bellísimo pueblo que es Calaceite, villa del Reino de Aragón, fronteriza de la tierra catalana, también hermosa, al margen de que sólo llegara a ser Condado y se encuentre ahora con la, gravemente perjudicial para sus moradores y casi ridícula, pretensión de un político para sacarla de la patria común española. Por cierto que Calaceite es un buen modelo de bilingüismo, donde un dialecto catalán –el caleceitano- y el castellano conviven con naturalidad entre sus vecinos, con la excepción de algún iluminado que querría invertir la historia y subordinar Aragón a Cataluña, por el momento imponiendo obligatoriamente el uso del catalán. De llegar a término tal “hazaña”, sería de risa escuchar la brava jota en el lenguaje de la calmosa sardana. 


Durante el pasado fin de semana Calaceite vivió, con la intensidad que lo hace en sus numerosos actos y festejos celebrados a lo largo del año, su vigésimo sexta Feria del Aceite y el Olivo, que anteriormente lo fue con la denominación inversa, del Olivo y del Aceite, pero, como explicó, en el acto de inauguración, el alcalde, José María Salsench Mestre, este año estrenaba nombre, dado que el grado de conocimiento del olivo y su tratamiento desde la elección de la variedad y la plantación, hasta la entrega del fruto en la almazara, ha llegado a un gran nivel, siendo preciso ahora, estudiar, más que el cultivo y tratamiento del árbol, la mejora de su producción, elaboración, variedad de usos y productos derivados, y comercialización. De las palabras del alcalde quise entender que en una zona, donde incluso hay olivos de más de mil años en plena producción, los agricultores saben perfectamente cómo tratarlos; donde queda todavía camino para el intercambio de conocimientos y experiencias, que tanto favorecen las Ferias, es en el aprendizaje de nuevas técnicas y aplicaciones, en la mejora de la calidad y las marcas, en el rendimiento, y en la comercialización, desde la misma oliva hasta los variados y estimados productos de alimentación, oleoterapia, estética y muchos otros, a los que el olivar ofrece la materia prima. 

La inauguración de la Feria estuvo muy asistida de autoridades como Luis Miguel Albarrán González-Urría, Director General de Alimentación y Fomento Agroalimentario en Aragón, Miguel Navarro Félez, Director Regional del P.P. en la D.G.A., Yolanda Vallés, Diputada Regional en las Cortes de Aragón, José María Valero, Subdelegado del Gobierno en Teruel, y los alcaldes de la Comarca del Matarraña. Me complació mucho -pues todos tenemos nuestro ego- que el Director General recogiera, en su discurso de apertura de la Feria, una idea -que yo le había expuesto, momentos antes, al serme presentado- sobre la conveniencia de crear, en Aragón, una ruta turística de los tradicionales Molinos de Aceite, trazada en base a los pocos que aún se conservan en todo su esplendor. Además hizo una referencia al Molino de aceite que se acababa de reinaugurar, para posibilitar su visita a todos los calaceitanos y a los forasteros y turistas, gracias a la sugerencia del concejal José Manuel Anguera Niella quien propuso al Ayuntamiento solicitar la oportuna autorización a María Teresa Aguiló, hija de Agustín Aguiló Segarra, exportador al que perteneció. Este empresario, muy recordado por su sentido social, tras terminar la guerra como Capitán, volvió a su pueblo manifestándose como un emprendedor imaginativo, tanto al servicio de la agricultura local – con su empresa de aceite, y almendras – como del ocio, tan necesario por los años 40 en el mundo rural, pues construyó y explotó muchos años el Cine de la villa, fomentando también la cultura popular, con el préstamo gratuito de sus propios libros para cuantos lo quisieron aprovechar, perdiéndose parte de su biblioteca en las idas y venidas, pues es sabido que prestar un libro tiene el riesgo del olvido en la casa del prestatario y Aguiló jamás quiso reclamárselo a algunos convecinos olvidadizos. En su preocupación por otra clase de valores, siendo alcalde del Municipio, en Diciembre de 1941, hizo una entrega en metálico para la reconstrucción de la Iglesia, y encabezó en el Consistorio una moción invitando a los vecinos a una contribución personal de dos jornales o su equivalente en pesetas. 

Por cierto que la generosidad de aquél servicio, bien acogido por el pueblo, destinado a la recuperación de un grandioso edificio barroco –que, al margen del sentimiento religioso de cada cual, es un tesoro que data del siglo XVII, y había sido objeto de un salvaje incendio-, casi se ha repetido en la extraordinaria acogida de la idea del párroco anterior, Mosén Roberto Malo, para renovar los bancos de la iglesia. El estado de los mismos puede suponerse, pues fueron realizados aprovechando los tablones de andamios utilizados para la reconstrucción del templo y no habían sido renovados nunca. El sacerdote sugirió a personas, familias y grupos que pagaran el importe de uno o más bancos nuevos, lo que muchos calaceitanos hicieron hasta conseguir que hoy la iglesia de La Asunción tenga los mismos que la catedral de La Almudena, en cuya elección y adquisición a buen precio, también puso su aportación María Teresa Aguiló, una activa enamorada de su pueblo natal. De paso, me agrada poder destacar los buenos oficios de este párroco admirable hasta conseguir que Endesa, a través de su entonces presidente, Manuel Pizarro, diera paso libre a una muy buena iluminación del Templo. 

A mí me conmueve un pueblo, cuyo amor al terruño es tan patente. Capaz de reconstruir su iglesia, recién salidos de una guerra: Unos, entregando un dinero que a nadie sobraba al final de la contienda; otros, ofreciendo sus horas y sus conocimientos para aportarlos a la obra. Y me conmueve comprobar que, setenta años después, todavía algunas de aquellas mismas gentes -los calaceitanos suelen ser longevos- y sus descendientes aportan lo necesario para amueblar dignamente el imponente monumento alzado en un espacio urbano de gran interés y belleza, no en balde declarado Conjunto histórico-artístico. Sin duda Calaceite es un pueblo donde las relaciones humanas se desenvuelven con afabilidad. En la inauguración del Molino Aguiló, bastó que su propietaria le pidiera al actual párroco, Mosén Waldir Rafael Consuegra Donado, su bendición y al coro parroquial el canto de una Salve, para que su participación se produjera con entusiasmo, y el Molino pudiera abrir sus puertas tras la emotiva ceremonia religiosa y la magnífica plegaria cantada ante un cuadro de la Virgen del Pilar, de 1905, que a la hija de Agustín Aguiló le arrancaron algunas lágrimas. Después, reunidos sus amigos y amigas de infancia, cantoras hoy con buenas voces, en el restaurante de Blas, este quiso brindar una jota a la anfitriona, a lo que respondió con otras Álvaro, un vecino muy querido -voluntario y excelente guía para enseñar el reabierto Molino, una industria, ya más bien museo, en la que trabajó en su día- al que corearon la práctica totalidad de los asistentes. 

Por lo que, para el ámbito local y comarcal, pueda significar la apertura de un Molino de Aceite conservado en toda su planta y elementos, baste decir que el número de visitantes ha superado todas las expectativas, llamándome la atención el hecho de que, incluso numerosos vecinos, sobre todo jóvenes, manifestaran que nunca habían visto ese tipo de molinos y que les había ilusionado pensar que en su pueblo aún podía verse un testimonio de la historia aragonesa tan perfectamente cuidado.