La reforma constitucional y el crecimiento económico han
convertido a Marruecos en un país en marcha que ha conseguido, de momento,
evitar una “primavera árabe”.
Agustín Alberti Álvarez
FIJET España
Marruecos, desde que comencé a
vivirlo por motivos de trabajo, fue como un imán. Mi subconsciente estaba
preparado para ello por motivos estrictamente familiares. Mi abuelo materno,
Venancio Álvarez Cabrera, coronel del Regimiento de Melilla, había muerto en
1909 en el Barranco del Lobo al frente de unos bisoños soldados procedentes de Cataluña, con los que tenía que limpiar los altos
del Gurugú de hostiles rifeños. Mi abuelo opinaba que aquella guerra era
injusta pero como excelente militar que era intentó cumplir estrictamente la
orden del general Marina y murió, tal como le predijo a mi abuela, en el
intento.
Personalmente conocí Casablanca y Rabat a finales de los ochenta, Hassan II reinante. Las ferias comerciales de “Casá”, como abreviadamente llaman los marroquíes a la capital económica del reino, me permitieron tomar contacto con una realidad de grandes contrastes. Belleza-abandono, modernidad-estancamiento, amistad-recelo, riqueza-miseria. En el “Hotel Casablanca” había un bar decorado como si la famosa película del mismo nombre se hubiese rodado allí, piano incluido. Hoy en el excelente Hayyat que ocupa el mismo edificio, ningún rastro de Ingrid Bergman ni de Bogart pero el precio del bar es como si estuvieran de cuerpo presente. A cincuenta metros del hotel una de las puertas de la Medina da entrada al zoco donde se puede encontrar infinidad de productos “Made in China” que, como si obedecieran a la ley de bronce de las monedas, expulsan a la excelente artesanía marroquí. Ya casi no se dan allí las interminables negociaciones sobre el precio a pagar por cualquier cosa, té a la menta mediante. Modernas motocicletas han sustituido a los tozudos semovientes. Pero salvando esos detalles que pueden quedar ocultos al turista joven desconocedor de ciertas tradiciones, el zoco de la medina sigue manteniendo un familiar y algo misterioso ambiente. Hoy Casablanca es el motor económico del reino de Marruecos que lleva unos años creciendo a más del 4,5 por ciento anual.
Volviendo a los primeros 90 una
circunstancia más bien rara permitió que el anzuelo que ya tenía dentro penetrara más intensamente. La
publicación en Francia, por la editorial Gallimard, de un libro tremendo que el
Rey Hasan II consideró personalmente intolerable, tuvo para mi un cierto efecto
colateral pues dio origen a que la televisión marroquí dividiera en dos trozos el
telediario que se emitía en francés y el trozo que quedó vacante, un cuarto de
hora, se convirtió en un informativo en español. Me ofrecieron dejar
temporalmente Prado de Rey y ayudar en Rabat para ayudar a poner en
marcha la criatura. Fue en plena crisis del Golfo con la recuperación de Kuwait
por una coalición en la que se incluía
apoyo marroquí. En el excelente hotel Tour Hassan de Rabat como cliente quedamos
tres periodistas. La medina se vació de turistas y pude contemplar un Marruecos
más auténtico. Nuestros excelentes amigos, Said Jedidi y Mohammed Idrissi
(recientemente fallecido) nos permitieron ver la vida, ajustada pero digna, de
dos profesionales de primer nivel del mundo de la información marroquí.
Veintidós años después Casablanca,
que tenía ya en aquellas fechas notable
actividad e impacto turístico debido a su zona, la “corniche”, de magníficas
playas con buenos hoteles y restaurantes, es hoy una ciudad en plena expansión
económica y urbanística. Una zona en la que el mantenimiento de las
instalaciones hoteleras del entorno playero abierto al Atlántico puede
asimilarse a cualquier zona turística de Europa.
El crecimiento económico y
urbanístico de Casablanca, es símbolo de un Marruecos en marcha, pero ¿hacia
donde marcha Marruecos? Marruecos avanza hacia metas más democráticas en las
que la representación popular y la seguridad jurídica se va consolidando gracias a las potencialidades contenidas
en la nueva constitución puesta en marcha por iniciativa del Rey Mohamed VI y
aprobada democráticamente lo que ha permitido un gobierno de islamismo moderado
salido de unas elecciones libres. Estas reformas políticas en marcha han
significado una línea de contención de
impulsos populares que en el resto del Magrheb están produciendo el desastre de la mal llamada “primavera
árabe”. Los informes del Consejo de Europa, ese organismo vigilante de los
derechos humanos, en el que Marruecos está presente mediante un estatuto
especial, son muy significativos en cuanto a su insistencia en impulsar toda la
potencialidad democrática contenida en las reformas reales pero que en algunos
aspectos exigen un desarrollo legislativo que se retrasa. Pero los equilibrios
en el seno de la compleja sociedad marroquí son históricamente muy complicados
y lo que unos consideran lentitud en las reformas otros lo ven como prudencia
para no dar al traste con ellas.