Aurora Perez Miguel
Vicepresidenta FIJET España
Hay una leyenda que corre de boca en
boca por el altiplano: cuando el último Inca fue decapitado por los españoles
sus atribulados súbditos enterraron la cabeza en las profundidades de la
Pachamama (la Madre Tierra), en cuyo interior se está regenerando todo el
cuerpo poco a poco. Cuando éste se haya formado por completo, se abrirán las
entrañas de la tierra y el Gran Inca volverá de nuevo a regir los destinos de
su poderoso pueblo y expulsará a los invasores.
El Tahuantisuyo comprendía desde la región de Pasto, en Colombia,
hasta Tucumán (Argentina) y el río Maule (Chile), atravesando los Andes de
parte a parte. Disponía de una perfecta organización política basada en el
poder absoluto del Hijo del Sol –el Inca-, de quien dependía una clase social
fuertemente jerarquizada que tenía por base la familia y un sistema religioso
politeísta con la creencia en una vida ultraterrena.
Aunque no conocieron la rueda ni la
escritura, alcanzaron un alto grado de desarrollo y destacaron por su magnífica
ingeniería viaria y de construcción. Para optimizar al máximo la producción
agrícola, inventaron un sistema de cultivo en terrazas tan bien planificado que
aún hoy día se mantiene en uso en varios pueblos de la sierra. La base de su
sustenta era –y es en la actualidad- la agricultura. Por eso, su querida
Pachamama es al mismo tiempo que cuidado para el sustento lugar de culto y
veneración religiosa. Y es que la mentalidad del agricultor incaico era la de
servicio a la patria y a la tierra, por lo que esta dualidad de agricultor y
soldado se ha comparado a menudo con la de las milicias romanas, con las que
tienen otros muchos puntos en común.
Además de cultivar la papa y el maíz
(con enormes variedades), los incas, a lo largo de un imperio que comprendía
territorio andino, desierto y el Alto Amazonas, investigaron, trataron y
cultivaron infinidad de plantas usadas para su alimentación y para cuidados
médicos (calabazas, frijoles, cacahuetes, anacardos, chocolate, aguacate,
tomate, papayas, etc.).
La principal actividad de una familia
incaica consistía en el cuidado de la Pachamama. El campesinado andino actual
se rige por las mismas reglas que sus antepasados: cuidar la parcela que les
proporciona alimento y les sirve como base de adoración a las fuerzas
superiores de la naturaleza. Si además consiguen un pequeño rebaño de llamas o
alpacas, se consideran muy afortunados. Ahora, al igual que antes, basan sus
principios en normas que proceden de otros tiempos: amasua, amayuya, amaqueya (no robes, no mientas, no seas holgazán).
Estos son tres pecados que no se pueden perdonar en ninguna comunidad. Y es que
muchas de las poblaciones indígenas que habitan en las alturas son tan reducidas
y tan pobres que la sustracción de cualquiera de sus escaso bienes representa
una auténtica pérdida de su poder adquisitivo. Como los pueblos son tan
pequeños y todo el mundo se conoce y tiene lazos de parentesco o amistad, la
mentira supone una deshonra para la familia que tenga que convivir durante el
resto de sus vidas con esa vergüenza, por lo que este pecado se castiga con
extraordinaria dureza. Tampoco se pueden permitir el lujo de ser perezosos
porque la vida en las alturas es de una dureza tan extrema que todos los
miembros de una familia cumplen una labor importante en el engranaje de las
tareas cotidianas, encargando incluso a los niños labores de pastoreo o de
cuidado de los animales desde muy temprana edad.
La vida en el altiplano requiere sacrificio
y dedicación. Se ha dicho que la música andina es suave, triste y melancólica.
Su belleza y tenue cadencia refleja a la perfección el tipo de vida de un
pueblo que vive colgado de las cumbres luchando contra la adversidad de la
terrible montaña y la más terrible altitud. Así, no es extraño contemplar a los
campesinos mascando coca y llevando dos saquitos colgados del cinto: uno
contiene hojas de coca sueltas y el otro cal o yifta. Cuando el frío es irresistible o el hambre arrecia, el
campesino saca dos o tres hojas y se las mete en la boca. A continuación se
mete un poco de cal. Estos dos elementos son masticados y la saliva realiza una
función de mezcla, produciéndose una hidrólisis. La bola resultante de esta
mezcla permanece en la boca del usuario muchas horas. La escasa cocaína se
elimina rápidamente y el organismo aprovecha los minerales y las vitaminas B1,
B2 y C, con lo que se previene la hipoglucemia. En estas alturas estos métodos
han prevenido importantes intoxicaciones a lo largo de los siglos. Y es que,
hoy como ayer, el campesino andino permanece anclado a su terruño, viviendo un
triste presente, añorando un pasado glorioso y soñando con un futuro de
prosperidad y riquezas que prometen sus mitos y leyendas. Ellos saben que su
raza no se ha extinguido, pero el comienzo de la historia incaica y su súbita
desaparición están inmersas en el misterio.
El Lago
Titicaca, ¿principio de un imperio?
Situado a unos 4.000 metros de
altitud, el majestuoso Lago Titicaca se prolonga como una extensa mancha
líquida en la soledad del Altiplano. Como los incas carecían de escritura, no
hay pruebas escritas que pudieran reflejar el origen de su civilización, que
fue trasmitida por tradición oral y recogida por cronistas españoles que
mezclaron cuantas historias les contaban, unas reales y otras basadas en la
mitología.
Lo que narran las crónicas es que los
hermanos-esposos Manco Capac y Mama Ocllo fueron escogidos por el Dios Sol para
que iniciaran su dinastía, partiendo del Lago Titicaca y llevando el mandato de
fundar su estirpe en aquella tierra donde se hundiese el báculo que les fue
entregado. Eso sería señal de fertilidad del terreno y de que los dioses
estarían de acuerdo con la elección. Tras un lento y penoso peregrinar en el
que sufrieron mil vicisitudes llegaron al actual Cuzco y, para su sorpresa y
satisfacción, al realizar la prueba que en tantos lugares habían ensayado, el
bastón se hundió profundamente. Cuzco, el ombligo del mundo, el centro del
universo, sería el lugar donde se fundaría la poderosa estirpe de los incas,
nacida para la gloria y destinada a convertirse en la dueña y señora del
universo andino.
El Lago Titicaca, que Perú comparte
con Bolivia, es un resto de lo que antes fue un extenso mar interior encerrado
entre dos cadenas montañosas. En la actualidad los indios uros habitan el
hermoso lago intentando preservar la pureza étnica, aunque, cada vez más, los
uros se mezclan con los aymara y con otras culturas del Altiplano. Dentro del
lago hay multitud de islas artificiales hechas a base de totora (junco que
crece a las orillas del lago) que se mantienen firmes gracias al cuidadoso
trabajo de los artesanos que utilizan este material fuerte pero flexible para
construir también sus casas y sus barcas. Los habitantes de las islas de totora
suelen ir descalzos, ya que las plataformas flotantes exhiben una pulcra
limpieza.
Utilizan para cubrirse desde
camisetas abiertas hasta gruesos jerséis de lana o alpaca que tejen las
mujeres, ya que el frío varía desde el frío de las mañanas y noches hasta el
calor sofocante del medio día, cuando el sol aprieta y suelen cubrirse la
cabeza con sombreros tipo bombín o de ala. El aspecto de estas gentes es recio,
de piernas y brazos cortos y fuertes, pero de complexión torácica ancha,
constitución perfectamente adaptada a las alturas, ya que se desarrollan los
pulmones y el corazón a efectos de facilitar la respiración y el flujo
sanguíneo. Viven de la pesca y de la fabricación de coloristas artesanías que
venden a los turistas que van llegando poco a poco hasta este confín del mundo
para disfrutar de las bellezas de un paisaje sin igual, del silencio de las
alturas, y de la observación del modo de vida y costumbres de un pueblo que
vive apegado a sus tradiciones lejos de la bulliciosa vida de las grandes ciudades.
Al igual que antes, la preocupación
del habitante del Lago Titicaca consiste en cuidar de su familia, alimentándose
de los variados productos pesqueros que ofrece al lago, así como del cultivo de
la patata, de la que existen enormes variedades (no en vano esta es la
procedencia del preciado tubérculo que fue trasladado hasta Europa por Francis
Drake, ya que los españoles encontraron soso su sabor y creyeron que no tendría
éxito en nuestro país). Los aldeanos soportan estoicamente las inclemencias del
duro sol o de las fuertes heladas adaptándose al medio y dando gracias a sus
dioses por la donación del majestuoso lago, al que veneran y respetan
convencidos de que desde su misteriosa profundidad salieron, hace ya muchos
años, los fundadores del gran imperio.
Cuando en 1532 Pizarro desembarcó en
Tumbes al frente de una pequeña dotación de soldados españoles y fundó San
Miguel de Piura, nadie podía predecir que este hecho sería el primer peldaño de
una serie de acontecimientos que transformarían la vida de todos los indígenas
que poblaban el Imperio del Tahuantisuyo, dominado por los incas.
Las luchas fratricidas entre los
hermanos Huáscar y Atahualpa mermaron el poder del orgulloso ejército. En
Cajamarca, un triste día de 24 de junio de 1533, el Señor de los Señores, el
Gran Emperador –Atahualpa- moría ejecutado por el exiguo ejército invasor de
los españoles. A partir de ese momento todo fue confusión y muerte. Los
españoles coronaron a Manco Inca con el objetivo de manipularlo, pero éste se
rebeló y con los restos del poderoso ejército se replegó hacia el interior de
las montañas. Ni él ni sus descendientes rebelaron jamás el emplazamiento de la
ciudadela de Machu Pichu, monumento arqueológico señero del arte de la
edificación incaica, cuyos ingenieros lograron encajar a la perfección piedras
gigantescas en lo más empinado e inaccesible de las cumbres andinas.
Desde el recodo del viejo camino se distingue
la ciudad mágica, hermosamente encuadrada por los dos cerros que la custodian:
el Machu Pichu (Cerro Viejo) y el Huayna Pichu (Cerro Joven). Cuando los
rayos del sol alumbran las piedras de sus edificios, todo el lugar parece
cobrar vida y casi puede verse la actividad que, durante el tiempo que
permaneció escondida debió poblar sus calles. La restauración que los
arqueólogos han logrado es tan perfecta que se pueden distinguir las diferentes
zonas en que se dividía la ciudad. El sector comercial, el sector religioso
(con un templo principal donde se adoraba a sus dioses y se les hacían
ofrendas), el sector de los amautas o sabios, etc. El sistema de cultivo estaba
sabiamente organizado por el ahorrativo sistema de las terrazas, con las que se
aprovechaba al máximo el terreno. En la parte más alta de la ciudadela se
hallaba el magnífico reloj solar –el Intihuaytana-,
ya que los incas tenían muy desarrollado el conocimiento astronómico.
Nadie sabe qué tipo de ciudad era
Machu Pichu ni cuál era el objetivo de los líderes que la fundaron. Algunos investigadores dicen que era una
ciudad sagrada donde las vírgenes dedicadas al dios solar estarían preservadas
de la barbarie del invasor. Otros opinan que era una ciudad de sabios,
destinada a cultivar los logros de la civilización incaica (especialmente los
conocimientos astrológicos, dada su posición y la perfecta observación que se
alcanza del cielo y de las estrellas. Algunos piensan que los gobernantes de
esta ciudadela querían simplemente preservar su cultura y desarrollar su
independencia fundando un lugar al que jamás llegarían los españoles y desde
donde pudieran seguir desarrollando la cultura incaica para, cuando fueran lo
suficientemente fuerte, bajar de la montaña e intentar la reconquista de su
imperio. Lo cierto es que ni los historiadores ni los arqueólogos ni otros
investigadores han llegado a conocer el porqué del nacimiento de este último
reducto y (lo que es más importante) por qué sus habitantes abandonaron un buen
día Machu Pichu para siempre.
Lo cierto es que, cuando Hiram
Bingham descubrió esta ciudadela en el año 1911, las ruinas hablaban de su
total abandono y la vegetación se había hecho la dueña de las piedras, mudos
testigos de una época de esplendor y de misterio que nunca llegó a ser
revelado.
Para el turista que hoy día contempla
las ruinas más famosas de América, el asombro da paso a la admiración y ésta la
nostalgia… ¿Qué fue Machu Pichu?... ¿Por qué desapareció?...La respuesta yace
en los fríos muros del templo sagrado y en los penetrantes ojos del negro
cóndor que desde hace siglos a diario sobrevuela la misteriosa ciudadela.