viernes, 3 de abril de 2015

Del Lago Titicaca al Machu Pichu

Aurora Perez Miguel 
Vicepresidenta FIJET España

Hay una leyenda que corre de boca en boca por el altiplano: cuando el último Inca fue decapitado por los españoles sus atribulados súbditos enterraron la cabeza en las profundidades de la Pachamama (la Madre Tierra), en cuyo interior se está regenerando todo el cuerpo poco a poco. Cuando éste se haya formado por completo, se abrirán las entrañas de la tierra y el Gran Inca volverá de nuevo a regir los destinos de su poderoso pueblo y expulsará a los invasores.

Ésta y otras historias se cuentan a la luz de la lumbre en los humildes hogares de los campesinos, que de esta manera sueñan con un mundo mejor y trasmiten a sus hijos la ilusión de un futuro, tratando de paliar un presente lleno de miseria y tristeza. Ellos son los descendientes del poderoso imperio incaico que logró domeñar un entorno hostil en su beneficio.

El Tahuantisuyo comprendía desde la región de Pasto, en Colombia, hasta Tucumán (Argentina) y el río Maule (Chile), atravesando los Andes de parte a parte. Disponía de una perfecta organización política basada en el poder absoluto del Hijo del Sol –el Inca-, de quien dependía una clase social fuertemente jerarquizada que tenía por base la familia y un sistema religioso politeísta con la creencia en una vida ultraterrena.

Aunque no conocieron la rueda ni la escritura, alcanzaron un alto grado de desarrollo y destacaron por su magnífica ingeniería viaria y de construcción. Para optimizar al máximo la producción agrícola, inventaron un sistema de cultivo en terrazas tan bien planificado que aún hoy día se mantiene en uso en varios pueblos de la sierra. La base de su sustenta era –y es en la actualidad- la agricultura. Por eso, su querida Pachamama es al mismo tiempo que cuidado para el sustento lugar de culto y veneración religiosa. Y es que la mentalidad del agricultor incaico era la de servicio a la patria y a la tierra, por lo que esta dualidad de agricultor y soldado se ha comparado a menudo con la de las milicias romanas, con las que tienen otros muchos puntos en común.

Además de cultivar la papa y el maíz (con enormes variedades), los incas, a lo largo de un imperio que comprendía territorio andino, desierto y el Alto Amazonas, investigaron, trataron y cultivaron infinidad de plantas usadas para su alimentación y para cuidados médicos (calabazas, frijoles, cacahuetes, anacardos, chocolate, aguacate, tomate, papayas, etc.).

La principal actividad de una familia incaica consistía en el cuidado de la Pachamama. El campesinado andino actual se rige por las mismas reglas que sus antepasados: cuidar la parcela que les proporciona alimento y les sirve como base de adoración a las fuerzas superiores de la naturaleza. Si además consiguen un pequeño rebaño de llamas o alpacas, se consideran muy afortunados. Ahora, al igual que antes, basan sus principios en normas que proceden de otros tiempos: amasua, amayuya, amaqueya (no robes, no mientas, no seas holgazán). Estos son tres pecados que no se pueden perdonar en ninguna comunidad. Y es que muchas de las poblaciones indígenas que habitan en las alturas son tan reducidas y tan pobres que la sustracción de cualquiera de sus escaso bienes representa una auténtica pérdida de su poder adquisitivo. Como los pueblos son tan pequeños y todo el mundo se conoce y tiene lazos de parentesco o amistad, la mentira supone una deshonra para la familia que tenga que convivir durante el resto de sus vidas con esa vergüenza, por lo que este pecado se castiga con extraordinaria dureza. Tampoco se pueden permitir el lujo de ser perezosos porque la vida en las alturas es de una dureza tan extrema que todos los miembros de una familia cumplen una labor importante en el engranaje de las tareas cotidianas, encargando incluso a los niños labores de pastoreo o de cuidado de los animales desde muy temprana edad.

La vida en el altiplano requiere sacrificio y dedicación. Se ha dicho que la música andina es suave, triste y melancólica. Su belleza y tenue cadencia refleja a la perfección el tipo de vida de un pueblo que vive colgado de las cumbres luchando contra la adversidad de la terrible montaña y la más terrible altitud. Así, no es extraño contemplar a los campesinos mascando coca y llevando dos saquitos colgados del cinto: uno contiene hojas de coca sueltas y el otro cal o yifta. Cuando el frío es irresistible o el hambre arrecia, el campesino saca dos o tres hojas y se las mete en la boca. A continuación se mete un poco de cal. Estos dos elementos son masticados y la saliva realiza una función de mezcla, produciéndose una hidrólisis. La bola resultante de esta mezcla permanece en la boca del usuario muchas horas. La escasa cocaína se elimina rápidamente y el organismo aprovecha los minerales y las vitaminas B1, B2 y C, con lo que se previene la hipoglucemia. En estas alturas estos métodos han prevenido importantes intoxicaciones a lo largo de los siglos. Y es que, hoy como ayer, el campesino andino permanece anclado a su terruño, viviendo un triste presente, añorando un pasado glorioso y soñando con un futuro de prosperidad y riquezas que prometen sus mitos y leyendas. Ellos saben que su raza no se ha extinguido, pero el comienzo de la historia incaica y su súbita desaparición están inmersas en el misterio.

El Lago Titicaca, ¿principio de un imperio?

Situado a unos 4.000 metros de altitud, el majestuoso Lago Titicaca se prolonga como una extensa mancha líquida en la soledad del Altiplano. Como los incas carecían de escritura, no hay pruebas escritas que pudieran reflejar el origen de su civilización, que fue trasmitida por tradición oral y recogida por cronistas españoles que mezclaron cuantas historias les contaban, unas reales y otras basadas en la mitología.

Lo que narran las crónicas es que los hermanos-esposos Manco Capac y Mama Ocllo fueron escogidos por el Dios Sol para que iniciaran su dinastía, partiendo del Lago Titicaca y llevando el mandato de fundar su estirpe en aquella tierra donde se hundiese el báculo que les fue entregado. Eso sería señal de fertilidad del terreno y de que los dioses estarían de acuerdo con la elección. Tras un lento y penoso peregrinar en el que sufrieron mil vicisitudes llegaron al actual Cuzco y, para su sorpresa y satisfacción, al realizar la prueba que en tantos lugares habían ensayado, el bastón se hundió profundamente. Cuzco, el ombligo del mundo, el centro del universo, sería el lugar donde se fundaría la poderosa estirpe de los incas, nacida para la gloria y destinada a convertirse en la dueña y señora del universo andino.

El Lago Titicaca, que Perú comparte con Bolivia, es un resto de lo que antes fue un extenso mar interior encerrado entre dos cadenas montañosas. En la actualidad los indios uros habitan el hermoso lago intentando preservar la pureza étnica, aunque, cada vez más, los uros se mezclan con los aymara y con otras culturas del Altiplano. Dentro del lago hay multitud de islas artificiales hechas a base de totora (junco que crece a las orillas del lago) que se mantienen firmes gracias al cuidadoso trabajo de los artesanos que utilizan este material fuerte pero flexible para construir también sus casas y sus barcas. Los habitantes de las islas de totora suelen ir descalzos, ya que las plataformas flotantes exhiben una pulcra limpieza.

Utilizan para cubrirse desde camisetas abiertas hasta gruesos jerséis de lana o alpaca que tejen las mujeres, ya que el frío varía desde el frío de las mañanas y noches hasta el calor sofocante del medio día, cuando el sol aprieta y suelen cubrirse la cabeza con sombreros tipo bombín o de ala. El aspecto de estas gentes es recio, de piernas y brazos cortos y fuertes, pero de complexión torácica ancha, constitución perfectamente adaptada a las alturas, ya que se desarrollan los pulmones y el corazón a efectos de facilitar la respiración y el flujo sanguíneo. Viven de la pesca y de la fabricación de coloristas artesanías que venden a los turistas que van llegando poco a poco hasta este confín del mundo para disfrutar de las bellezas de un paisaje sin igual, del silencio de las alturas, y de la observación del modo de vida y costumbres de un pueblo que vive apegado a sus tradiciones lejos de la bulliciosa vida de las grandes ciudades.

Al igual que antes, la preocupación del habitante del Lago Titicaca consiste en cuidar de su familia, alimentándose de los variados productos pesqueros que ofrece al lago, así como del cultivo de la patata, de la que existen enormes variedades (no en vano esta es la procedencia del preciado tubérculo que fue trasladado hasta Europa por Francis Drake, ya que los españoles encontraron soso su sabor y creyeron que no tendría éxito en nuestro país). Los aldeanos soportan estoicamente las inclemencias del duro sol o de las fuertes heladas adaptándose al medio y dando gracias a sus dioses por la donación del majestuoso lago, al que veneran y respetan convencidos de que desde su misteriosa profundidad salieron, hace ya muchos años, los fundadores del gran imperio.

Machu Pichu ¿Fin de una civilización?

Cuando en 1532 Pizarro desembarcó en Tumbes al frente de una pequeña dotación de soldados españoles y fundó San Miguel de Piura, nadie podía predecir que este hecho sería el primer peldaño de una serie de acontecimientos que transformarían la vida de todos los indígenas que poblaban el Imperio del Tahuantisuyo, dominado por los incas.

Las luchas fratricidas entre los hermanos Huáscar y Atahualpa mermaron el poder del orgulloso ejército. En Cajamarca, un triste día de 24 de junio de 1533, el Señor de los Señores, el Gran Emperador –Atahualpa- moría ejecutado por el exiguo ejército invasor de los españoles. A partir de ese momento todo fue confusión y muerte. Los españoles coronaron a Manco Inca con el objetivo de manipularlo, pero éste se rebeló y con los restos del poderoso ejército se replegó hacia el interior de las montañas. Ni él ni sus descendientes rebelaron jamás el emplazamiento de la ciudadela de Machu Pichu, monumento arqueológico señero del arte de la edificación incaica, cuyos ingenieros lograron encajar a la perfección piedras gigantescas en lo más empinado e inaccesible de las cumbres andinas.

Desde el recodo del viejo camino se distingue la ciudad mágica, hermosamente encuadrada por los dos cerros que la custodian: el Machu Pichu (Cerro Viejo) y el Huayna Pichu (Cerro Joven). Cuando los rayos del sol alumbran las piedras de sus edificios, todo el lugar parece cobrar vida y casi puede verse la actividad que, durante el tiempo que permaneció escondida debió poblar sus calles. La restauración que los arqueólogos han logrado es tan perfecta que se pueden distinguir las diferentes zonas en que se dividía la ciudad. El sector comercial, el sector religioso (con un templo principal donde se adoraba a sus dioses y se les hacían ofrendas), el sector de los amautas o sabios, etc. El sistema de cultivo estaba sabiamente organizado por el ahorrativo sistema de las terrazas, con las que se aprovechaba al máximo el terreno. En la parte más alta de la ciudadela se hallaba el magnífico reloj solar –el Intihuaytana-, ya que los incas tenían muy desarrollado el conocimiento astronómico.

Nadie sabe qué tipo de ciudad era Machu Pichu ni cuál era el objetivo de los líderes que la fundaron.  Algunos investigadores dicen que era una ciudad sagrada donde las vírgenes dedicadas al dios solar estarían preservadas de la barbarie del invasor. Otros opinan que era una ciudad de sabios, destinada a cultivar los logros de la civilización incaica (especialmente los conocimientos astrológicos, dada su posición y la perfecta observación que se alcanza del cielo y de las estrellas. Algunos piensan que los gobernantes de esta ciudadela querían simplemente preservar su cultura y desarrollar su independencia fundando un lugar al que jamás llegarían los españoles y desde donde pudieran seguir desarrollando la cultura incaica para, cuando fueran lo suficientemente fuerte, bajar de la montaña e intentar la reconquista de su imperio. Lo cierto es que ni los historiadores ni los arqueólogos ni otros investigadores han llegado a conocer el porqué del nacimiento de este último reducto y (lo que es más importante) por qué sus habitantes abandonaron un buen día Machu Pichu para siempre.
Lo cierto es que, cuando Hiram Bingham descubrió esta ciudadela en el año 1911, las ruinas hablaban de su total abandono y la vegetación se había hecho la dueña de las piedras, mudos testigos de una época de esplendor y de misterio que nunca llegó a ser revelado.


Para el turista que hoy día contempla las ruinas más famosas de América, el asombro da paso a la admiración y ésta la nostalgia… ¿Qué fue Machu Pichu?... ¿Por qué desapareció?...La respuesta yace en los fríos muros del templo sagrado y en los penetrantes ojos del negro cóndor que desde hace siglos a diario sobrevuela la misteriosa ciudadela.